lunes, 9 de enero de 2012

Miserable de mi...

   Comentaba con un querido hermano en la fe, lo fea, sucia y desagradable que resulta la "vieja naturaleza" en mi vida e incluso que me atrevía a afirmar que cuando esa vieja naturaleza es la que opera descontrolada, un hijo de Dios puede ser peor que un persona que no hace nada por seguir a Dios.
   A mi me suena contradictorio, pero la práctica indica algo así. Parece monstruoso pero la vieja naturaleza, cuando sale, no respeta nada, se desboca y puede convertirse en una aliada perfecta del diablo y cuando como hijo de Dios te das cuenta de que, en cierto momento, situación, pensamiento, reacción, o algo así, has "utilizado" la vieja naturaleza en lugar de ser guiado por el Espíritu, puedes llegar a aborrecerte y clamar como hizo el apóstol Pedro en una ocasión, ¡apártate de mi Señor, que soy un pecador! Este mismo apóstol que cuando negó abiertamente a Jesucristo "lloró amargamente" cuando se dio perfecta cuenta de lo que había hecho.
   Esta realidad, he observado en mi mismo, que cuanto mas tiempo lleva uno en el Señor, mas es la sorpresa y el aborrecimiento.
   Sorpresa porque uno, a veces, anda como si ya todo estuviera en orden, y no es así. Aborrecimiento porque en ese momento uno se siente como si el tiempo, largo tiempo transcurrido siguiendo a Jesucristo, no hubiera servido de nada, y aun mas, diría yo, desanimado al sentir de nuevo esa vieja y odiosa sensación de haber regresado a una antigua y vieja "tierra" hostil que uno creía que ya había abandonado para siempre.
   Y humillado, uno quiere tirarse a los pies del Maestro e implorar con lágrimas: ¡Señor líbrame de este cuerpo de muerte!
   Pero si sorprendente resulta esa nueva vivencia de la vieja naturaleza, creo que la sorpresa llega a su máximo grado cuando allí, a los pies de Jesucristo, El te levanta y te muestra las heridas de sus manos, de sus pies, de su costado y te dice: Hijo, esto lo ha pagado todo.  "Pero Jesucristo, yo no merezco esto, sigo siendo el mismo pecador, que digo, soy mas pecador que antes, no merezco nada bueno, merezco castigo y mas castigo, azote y mas azote, desprecio, abandono, muerte..." y Jesús sigue diciendo: Hijo yo he cambiado eso..mi amor supera eso, persiste, yo te enseño y te enseñaré, yo terminaré la obra, ten paciencia, todavía estoy en ello.
   Y es entonces cuando no puedes evitar sentirte pobre pero enriquecido, pobre porque no puedes entender toda la dimensión del amor de Dios, enriquecido porque ese amor que no comprendes es el que te ama aun cuando la vieja naturaleza aún, de vez en cuando, es la que permites que mande en tu vida.
   Y nuevamente desea uno regresar a los atrios del Señor, a Su presencia, a su casa..."mejor es vivir un día en tus atrios que mil fuera de ellos"
"Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. 
Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. 
Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. 
Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor 
(porque por fe andamos, no por vista); 
pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. 
Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. 
  Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo,(A) para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.
2Co 5:1-10
Mi Querido Padre celestial, quiero dejarme llenar de tu amor, puede que no pueda entenderlo, pero quiero dejarme inundar por ese grandioso amor que tienes por este tremendo pecador, quiero dejarme arropar mientras me conduces hacia mi verdadera morada y sigues lavándome una y otra vez, con tu sangre, para que pueda presentarme, ese día, delante de Ti, santo y sin mancha, para Tu gloria por los siglos de los siglos, así sea.

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